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Porque en la escuela es donde se cambia el mundo.

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Globalización

Porque la educación no se acaba en la puerta de la escuela.
 

Viejos zombis en las aulas.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Idea 1: 
Decía Séneca:


El joven debe aprender. El viejo, aprovechar lo aprendido.

Foto de Mauricio Costanzo de www.flickr.com. Licencia cc
De lo cual extraemos que se puede considerar viejo a aquel que deja de aprender o que cree que no debe aprender más. 

Es habitual entrar en clase, con la sesión bien preparada, animado, incluso contento, y encontrarnos con la resistencia de que, aquellos a quienes debemos enseñar, no quieren aprender. ¿Motivación o pereza? ¿Son acaso una misma cosa?


Idea 2:

Hace poco estuve escuchando a Laura Borrás, directora de la Institución de las Letras Catalanas, en una conferencia en la Institución Libre de Enseñanza perteneciente al ciclo Un nuevo docente para transformar la educación. Sin duda fue una de las mejores conferencias en las que he estado en toda mi vida. Uno de esos momentos que sabes que te han hecho mejor en el mismo momento en el que sales.  En el tiempo que compartimos, Laura Borrás habló de motivación, de encontrar nuevos caminos para llegar al alumno, de aprovechar las oportunidades que nos ofrece la cultura transmedia, de la belleza de la literatura... en resumen, nos animó para que, como docentes, fuéramos mejores. 

Para algunos, esta entrada en el blog quizá haya comenzado sin hilazón, sin nexo de unión. Sin embargo, considero, ambas ideas tienen mucha relación. ¿Cuántas veces nos encontramos con chicos de 15 años que son, según Séneca, viejos; pues sus ganas de aprender pertenecen al pasado? Son alumnos a los que no hemos llegado o que no se dejaron llegar. Me cuesta imaginar jóvenes suficientemente engreídos como para pensar que no tienen nada que aprender. Creo, más bien, que existe un tipo de alumno que piensa que sus profesores no tienen ya nada que enseñarle. 




Y ahí, justamente ahí, está el reto. Porque hay pocas labores más difíciles que intentar enseñar a quien no tiene ganas de aprender. Laura Borrás alimentó en mi la pasión por mi área, ojalá sepa yo hacer lo mismo con mis alumnos, por mucho trabajo que eso me lleve.






Anclarnos o crecer. Ser viejos o aprender. Si eres profesor, me temo que no tienes más remedio que elegir. Porque es probable que nos sigamos encontrando adolescentes viejos, pero el riesgo, como en las películas de zombis, es que nos convirtamos en uno de ellos. 


Me van a perdonar.

martes, 1 de marzo de 2016

El pasado sábado leí un artículo en El Mundo en el que se comentaba el actual debate sobre metodología existente en las aulas bajo el siguiente titular:

Fuente: El Mundo
Soy consciente de que en nuestra sociedad de hoy el mundo del periodismo ha caído, hace tiempo ya, en el juego de conseguir muchos clics con el titular. Aún así, conociendo que seguramente fuera algo engañoso, entré a leer el artículo. Cual fue mi sorpresa cuando, tras unas cuantas líneas, vi que el titular decía exactamente lo que quería decir. En la escuela, explica, hay una guerra entre ¿autoridad y creatividad? Vaya chasco. Y yo que pensaba que era un profesor creativo... ¿significa eso que mis alumnos no me respetan? (Apréciese la ironía) Verdaderamente me quedé alucinando. pero lo peor estaba por llegar. 

Ojo al párrafo que destaco: "Los primeros -que se han autodenominado «los antipedagogos»- defienden a capa y espada el «esfuerzo», el «mérito», la «autoridad», la «disciplina», la «exigencia», la «memoria» y la «evaluación», mientras que los segundos -englobados bajo el término común de «pedagogos»,  (...) consideran que las clases magistrales han quedado «obsoletas» y apuestan más por lo que llaman «una educación del siglo XXI», con «metodologías» en las que se habla de «motivación»«creatividad»«originalidad»«integración»«coaching» y «empatía». Los primeros hablan de «enseñar» y los segundos, de «intentar que los alumnos aprendan»."

Foto: https://www.flickr.com/photos/bryansjs/
Para empezar, creo que alguien que se autodenomine antipedagogo no debería entrar jamás en un aula. Me parece que solo ya el término es de lo más inapropiado.
Dejando a un lado el tecnicismo, me centro en lo que motiva esta entrada: Es cierto que existe en la escuela una resistencia al cambio y, si se me permiten, es incluso lícito. Quiero decir que para un docente que lleva varios años en la enseñanza obteniendo buenos resultados e incluso reconocimiento entre sus compañeros, es normal que no entienda, de primeras, que haya cosas que cambiar.  Llevo un tiempo asistiendo a centros en los que comparto mi experiencia docente desde que la llamada innovación educativa entró conmigo en clase por primera vez. Creedme, conozco esa cara. "Me vas a perdonar pero no comparto tu visión" me dicen los menos. Los más no dicen nada y, con suerte, aplauden al final. Efectivamente les perdono, sin embargo, he de decir que hasta aquí llega mi defensa a los resistentes. Entiendo sus reticencias pero considero mayores las pruebas que demuestran que un colegio debe formar personas para cuando ya no estén en un colegio. 

El mundo no es ya aquel en el que se inventó la escuela moderna. La oferta de empleo del futuro no se parecerá mucho a la que hoy podemos encontrar. El cerebro humano es una máquina preparada para mucho más que para repetir conocimientos. Así que, señores antipedagogos, sean ustedes quienes sean, me van a perdonar pero seguiré demostrando que autoridad y creatividad no son antónimos. Que la exigencia, el esfuerzo, la memoria y demás valores incólumes se trabajan innovando en el aula, tanto o más que aguantando treinta horas semanales de clase magistral. Que la disciplina es mucho más que tener a los alumnos quietos y en silencio mientras el maestro, inalcanzable guardián del saber, vierte parte de su sabiduría en los tiernos humanos que le encargaron domesticar. 

Me van a perdonar, señores, no tienen razón. 

Foto: https://www.flickr.com/photos/kamoteus/








Las mariposas de Austin y los bolis de colores. Evaluación auténtica.

miércoles, 24 de febrero de 2016


Hace tan solo unos días vi por primera vez el vídeo que motiva esta entrada y os prometo que no paro de pensar en él.
El vídeo cuenta la historia de un chico llamado Austin y cómo fue evaluado hasta que experimentó el éxito.
Vedlo. Después, si queréis, seguid leyendo pero vedlo por favor.   

(Se pueden seleccionar subtítulos en español en la rueda de configuración)



¿Se entiende ahora que este vídeo lleve cinco días metido en mi cabeza?

Durante muchos años he despotricado contra aquellos que decían que no debíamos usar el boli rojo al corregir. El rojo desmotiva, decían. Hay que acostumbrar a los chicos a que no todo está bien, respondía yo. Les alejas de ti, replicaban. Les endurezco, concluía yo siempre. Sin embargo, tras ver este vídeo he entendido que quizá sí influye el color del bolígrafo con el que yo corrija. No pienso en esto más que como en un símbolo de lo que en realidad es la evaluación: un acompañamiento de la evolución del alumno.

¿Quién nos enseñó a evaluar?
Muchos de nosotros, los de la ESO fundamentalmente,  nos hemos metido en un aula (a veces creo que nunca he salido de ella) sin más que cuatro nociones sobre evaluación y, obviamente, nos hemos dedicado a repetir lo que otros hicieron con nosotros. Puede que no fuera un problema tan grave si no hubiéramos hecho de las notas un falso reflejo de nuestra calidad docente. Nos hemos definido como profesionales basándonos en poco más que el ensayo/error de reducir tres meses a un número.

Tenemos que conseguir hacer de la evaluación algo que lleve a todos los alumnos al éxito. Creamos en ellos. Pueden. Nuestro trabajo consiste en hacérselo ver; en darles alas.

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